abr
08
Es una historia reciclada (del verano del 2004):No ha sido tan terrible después de todo. Sin embargo, ahorita podría estar en pleno vértigo y hasta emocionado, en la Cd. de México; y casi listo (es un decir) para la presentación del libro de Luis Felipe. A cambio de eso, estoy en el recibidor de mi casa, oyendo cómo acaban de desmadrar mi baño que… bueno, con o sin remodelación, esa madre se iba a terminar cayendo por sí solo; aunque no sabíamos cuando. Por este motivo se decidió ponerle un ultimátum: o te caes o te tumbamos. Creo que nunca, en la vida del sanitario, se portó más digno, pues decidió aguantar hasta el final a pesar de mi protesta/queja: “chin cabrón, era mi primer día de vacaciones…”
El punto es que aquí estoy bien divertido oyendo como torturan al azulejo que, solidarizándose con el baño, se niega a quebrarse. Como no permite que lo quiten, le pegan más duro y… ¡yo podría estar en México chingado!
Podría estar bien contentote caminando en la ciudad de la esperanza, con la esperanza que no me asalten (o cuando menos de no ser víctima de complot alguno), y de no perderme como la primera vez que me fui al cinvestav solo. Creo que Jorge nunca me dio señas más confusas como en esa ocasión; tan confusas que el Idrish gritó “¡se va a perder!”, mientras mi amigo le decía que no y que, además, era el camino más seguro… lo que no entiendo todavía es que necesidad había de tomar el metro si de todos modos tenía que subirme a un micro… pero esa era precisamente mi duda; si tomaba el micro en la avenida: ¿me bajaba en el primer o segundo semáforo? Lo curioso del asunto es que con quien quería hablar era con Alejandro pero nunca contestó. Menos mal que Idrish no sugirió que evocara al “poder mental” para que recordara si después de haberme bajado en el semáforo, y haber tomado la pesera que me dejaba en la avenida politécnico nacional, debía ir hacia la izquierda o la derecha.
Me armé de valor y me subí al primer micro que pasó. Me bajé en el segundo semáforo, donde tomé la siguiente pesera. Me aseguré que no dijera Margarita M. de Juárez (de ese detalle sí me acordaba, aunque la verdad nunca vi uno que mencionara el nombre de la esposa de Juárez, en fin), pasé por la plaza (¿las torres?) en donde hay un vips, pero después del hospital empecé a tener dudas porque el IPN comenzaba mucho antes de lo esperado. Creo que me bajé en la Av. Politécnico y ahí sí que ya no sabía muy bien qué hacer. Caminé y no reconocía nada, absolutamente nada. Tuve la ocurrencia de preguntarle a alguien que pensé era guardia y que al ser empleado, podría orientarme, y no, inesperadamente dijo no saber, y hasta me aseguró no haberlo oído nunca… ¿nunca? Nunca. En la desesperación le pregunté a un taxista. Sugirió que viera la numeración. Era mala idea, pero aún así busqué en mi mochila un sobre de unos papeles en donde traía la dirección del cinvestav. A él tampoco le sirvió de mucho porque tampoco se ubicaba.
Supongo que le contagié la prisa porque ofreció darme una vuelta por la avenida. No me cobró pero me sentí obligado a darle una propina. Lo chistoso es que al subirme al carro, mágicamente me ubiqué (además recordé dónde solía dar vuelta Alejandro). Ese día llegué media hora tarde a clase.
Otra ocasión que me perdí, fue por un acto solidario de parte de los estudiantes del Poli con los paristas (CGH) de la UNAM. Hubo un compañero que quiso hacer proselitismo a favor del paro, pero otro compañero de propedéuticos (que iba de Toluca) lo detuvo pronto: “ustedes nunca nos apoyan cuando los necesitamos”. Por más que lo intentó convencer no lo logró. Afortunadamente no lo intentó muchas veces, además no iba todos los días.
Entonces, ese día al salir del cinvestav a tomar el micro para regresar a casa, me encontré con un flujo impresionante de personas. Aunque no fue secreto, nunca me enteré (tampoco quise) de la fecha exacta de la marcha. De lo que sí me acuerdo, es que durante el día noté cierto nerviosismo en los edificios. Tengo la vaga idea de que en una de mis visitas a Flor (a pedirle café) alguien le preguntó si iría (nunca mencionaron explícitamente la palabra marcha, así que bien se pudo tratar de otra cosa). La cuestión es que en la salida me sorprendió la cantidad de gente, y admito que me angustió la duda de no saber qué hacer, pero lo que más temor me daba era que los camiones cambiaran su ruta habitual.
Sentí un cierto alivio cuando vi un camión en el lugar de siempre. Creo que aunque quisiera, no se podía mover pues el tránsito por la avenida politécnico era imposible. Sin embargo, el chofer tomó una decisión inesperada. Se fue en reversa hasta una calle desconocida (para mí) y así comenzó a cambiar su ruta. Llegó a Montevideo antes que los estudiantes (tampoco puedo asegurar que fueran a pasar por ahí). Mi primer error ocurrió que no me di cuenta cuando cruzamos el eje central. Me fijé cuando cruzamos otra avenida (que ahora no recuerdo como se llama) y pregunté si se regresaba o qué onda. Me bajé (bueno creo que nos bajaron)...ah, es que alguien le preguntó por el eje central y en ese momento me di cuenta que también a mí se me había pasado. Según yo nunca había pasado por ese lado (rumbo) de Montevideo, pero a la distancia creo que debo decir que sí, aunque como de costumbre no me fijé en ningún detalle o referencia… Hay una anécdota de un jugador del Racing de Avellaneda (equipo argentino) que después de hacer una jugada increíble (burlando a varios defensas) en lugar de festejar, le dio de patadas al suelo levantando tierra, dizque “para que no vieran por donde había pasado”. Creo que sí yo lo intentara no podría porque siempre voy pensando o poniéndole atención a otra cosa… yo no podría borrar mis pasos, me cae.
Así fue como me encontré en la otra avenida (después de como una hora) medio ubicado pero sin saber del todo por dónde podría llegar a la casa. Le hablé a Alejandro y su sugerencia fue que tomara cualquier camioncito que dijera “progreso”. En apariencia era sencillo, sin embargo, me subí en uno que decía “nuevo progreso”, cuando yo iba a “progreso nacional”. Me empecé a dar cuenta que no iba para el rumbo indicado cuando subimos a un puente que nos alejaba del lugar. Seguí con la duda durante un rato más y justo cuando me decidí a preguntarle a una pareja que se veía amable, éstos comenzaron a besarse. Más oportuno no pude ser.
Regresé al mismo lugar donde lo tomé, pues traté de convencerme que si en las computadoras sirve reiniciarlas, a lo mejor si yo volvía a entrar al toks, y le volvía a decir al gerente amable que no quería mesa, que necesitaba el teléfono para hablarle a la misma persona, y formularle la misma pregunta; cabrón, ¿cómo llego a tu casa?, me podría servir también. Supongo que lo desesperé porque terminó yendo por mí (no antes de burlarse).
Ese día quise todavía menos a los paristas...
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